Me gustaría comenzar contándote cómo llegué a ese lugar tan especial. Hace algún tiempo, atravesaba días complejos, llenos de tribulaciones y pensamientos que me consumían. Tal vez fue esa situación lo que me llevó a aceptar la invitación de una amiga, hoy muy cercana, quien me propuso un jueves distraerme un poco e ir a la 310. Me explicó con gran entusiasmo el concepto del lugar, lo que representaba para ella y cómo sus amigos, quienes lideran el espacio, lo habían hecho crecer.

Cuando llegamos, fuimos recibidos por Jazmín y Tito. Al ingresar, el ambiente me envolvió de inmediato. Fue como si todas mis cargas quedaran fuera y, al cruzar esa puerta, me adentrara en un universo paralelo lleno de colores, buena vibra y una energía que en ese momento no supe cómo describir. La proyección de la película comenzó, seguida del foro, y todos compartían sus experiencias y las emociones que la película despertaba en cada uno.

Mientras recorría el lugar, me encontré con una frase en sus paredes que marcó un antes y un después para mí: «La cultura es la regla. El arte la excepción.» – Jean-Luc Godard. Fue una revelación, la chispa que encendió algo dentro de mí. Esa es, para mí, la magia de la 310: transformarte, llevarte a un espacio libre, diverso, que te invita a explorar ese arte interno que todos poseemos, sin miedos, sin restricciones, sin preguntas.

Hoy, estar aquí con Tito y Jazmín, escuchándolos, viéndolos vivir y habitar este espacio, es una experiencia única. En este ambiente tan cálido, a puertas cerradas, esperamos a los alumnos para el taller de pintura. La música de fondo, las paredes llenas de color… y nosotros, conversando tranquilos, con una copa de vino. Un momento que marca, un espacio que transforma.

Con esto en mente, tuvimos la oportunidad de conversar con Tito y Jazmín, quienes han hecho de La 310 un refugio artístico en Portoviejo. Al preguntarles cómo nació este lugar, Tito nos relató que todo comenzó en plena pandemia. «No fuimos los únicos tratando de hacer algo dentro de casa, pero fue una apuesta arriesgada. Empezamos aprovechando el patio, decorándolo poco a poco, sin mayor intención que compartir con amigos. Hacíamos actividades lúdicas, cosas que nos encantaban a los dos.»

Jazmín añadió que esa esencia se ha mantenido viva a lo largo de los años. «Aunque el COVID ya pasó, seguimos con la misma tónica. Nunca pusimos un letrero afuera, ni quisimos darle una fachada comercial. Nos gusta que la gente llegue por recomendación, que sea un descubrimiento. La sorpresa de cruzar la puerta y encontrar un mundo diferente es parte del encanto.»

Lo interesante de La 310 es que, aunque ha evolucionado, no ha perdido esa independencia que tanto los caracteriza. Tito, que viene del cine y Jazmín, que proviene del arte plástico y el diseño gráfico, vieron en este espacio la libertad de hacer lo que realmente querían, sin responder a ninguna agenda externa. «Nos hemos inventado cosas, algunas han funcionado y otras no, pero siempre seguimos adelante», dice Tito con una sonrisa.

Mirando atrás, Jazmín reflexiona sobre cómo ha cambiado el lugar y la comunidad que lo visita. Al principio, probaron de todo: eventos musicales, fiestas, noches de disfraces… «Estábamos tanteando el terreno. Algunas cosas funcionaron, otras no tanto», cuenta Jazmín. Pero con el tiempo, se dieron cuenta de que no solo estaban creando un espacio de entretenimiento, sino un lugar donde las personas podían conectar de manera más profunda con el arte. «Fue cuando los talleres de pintura, el cine y la literatura empezaron a tomar más protagonismo», dice Tito.

Lo que realmente hace especial a La 310 es su ambiente. Ambos coinciden en que, más que un lugar físico, es como un ser vivo, con personalidad propia. «Antes de abrir, siempre sahumamos. No es un ritual con reglas estrictas, pero nos gusta limpiar las energías», comparte Tito. Jazmín agrega que, a veces, el espacio mismo no les permite hacer ciertas cosas. «Parece que tiene su propia identidad. Es como si nos dijera qué funciona y qué no», comenta.

A pesar de las dificultades, como la crisis económica y la inseguridad, han logrado mantenerse a flote. Jazmín nos dice que, a veces, se sienten al límite de sus fuerzas, pero siempre algo los hace seguir. «No es solo lo económico; hay algo intangible en este lugar que nos devuelve mucho más de lo que podemos medir en dinero. Nos han dicho que este es un ‘lugar seguro’, un espacio donde la gente se siente realmente libre.»

La 310 también ha sido un espacio que ha marcado una diferencia en la vida de las personas. Para Tito, lo más bonito es ver cómo se han formado amistades, parejas y grupos de apoyo. «Lo más bonito es ver cómo la gente regresa, se apropia del espacio y lo recomienda a otros», dice. Jazmín también recuerda que muchos visitantes le han comentado que venir aquí les ha servido como una terapia, aunque nunca lo buscaron de esa forma. «El arte siempre tiene un impacto en las emociones», señala.

En cuanto a su programación, Tito nos cuenta que La 310 tiene una agenda cultural que se planea a conciencia. «Nosotros, Jazmín y yo, nos tomamos un tiempo cada año para planificar. Nos vamos de viaje, nos sentamos a discutir qué queremos para el año siguiente, pero luego ajustamos según lo que sentimos que la comunidad necesita», explica. Además, han abierto el espacio para que otros artistas también presenten sus propuestas.

Para ambos, la autogestión ha sido un reto constante, pero uno que han enfrentado con paciencia y aprendizaje. «Ha sido un proceso de dividir roles y entender nuestras fortalezas. El lugar donde estamos es un reto, un barrio con problemas de seguridad, pero hemos aprendido a manejarlo con respeto y empatía», dice Jazmín.

Al final, Tito resume La 310 como un espacio que juega con el arte y la creatividad, un lugar donde las personas pueden disfrutar de la experiencia sin barreras. «Para nosotros, el arte es un juego, pero en el sentido profundo del término. Jugar por el simple placer de crear, de compartir», dice con convicción.

Sobre el futuro, ambos sueñan con un espacio completamente autogestionado, donde La 310 pueda continuar sin depender económicamente de ellos. «Lo más importante es que este lugar siga vivo, que siga siendo un refugio para quienes buscan arte, comunidad y experiencias genuinas», finaliza Tito.

Al terminar nuestra charla con Tito y Jazmín, una sensación de gratitud y emoción quedó en el aire. La 310 es mucho más que un lugar donde se comparten experiencias artísticas; es un testimonio del poder de la autogestión, la pasión por el arte y la comunidad que se crea cuando hay un espacio para ser uno mismo. Aunque enfrentan dificultades y siguen navegando desafíos, su enfoque y dedicación son un claro recordatorio de lo que significa mantener viva una visión, no solo por lo que se obtiene, sino por lo que se ofrece. Al salir de La 310, el sentimiento es claro: aquí, el arte es un reflejo de la vida misma, transformadora, vibrante y siempre en movimiento.

Autoría: Kira Giler. Redactora de contenido, Fundación Cultural Clave


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